Ruta de la sal, Etiopía
Ruta de la sal, Etiopía
Adís Abeba. El Afar colorido y extremo de la foto es también el hogar de una valiosa mercancía: la sal. Durante siglos, el pueblo Afar ha extraído ricos depósitos de sal que quedaron de las inundaciones del Mar Rojo en la región, hace unos 30.000 años. Hoy en día, los trabajadores cortan trozos de sal de la tierra y lo venden en placas en el mercado
En la ciudad de Berahile, Etiopía, los trabajadores descargan losas de sal recolectadas de los depósitos de Afar. Desde la Edad Media, los camellos han sido utilizados para transportar la sal en África. Estas caravanas de camellos traen la sal a través del desierto a la zona del mercado donde se vende a los comerciantes y se carga en los camiones.
Cientos de hombres preparan los bloques de sal, llamada amole, para el mercado en Mekele, Etiopía. Al igual que en muchas otras partes del mundo, la sal se utiliza como una forma de moneda en este país africano.
En Etiopía los bloques de sal denominados amoleh, eran tallados de los macizos de sal de la depresión de Afar, especialmente en cercanías del Lago Afrera, y luego transportados a lomo de camello hacia el oeste a Atsbi y Ficho en las tierras altas, donde los comerciantes lo distribuían por el resto de Etiopía, llegando por el sur hasta el Reino de Kaffa.1
Extracto y fotos de un artículo de Javier Belloso, y otros.
Para saber más:
https://chrismielost.blogspot.com/2017/01/pueblos-del-mundo-los-afar-trabajadores.html
https//chrismielost.blogspot.com/2017/01/pueblos-del-mundo-los-afar-trabajadores_11.html
Las caravanas de la sal
Un lago de lava, lagunas sulfurosas y temperaturas de hasta 60 grados en la depresión etíope del Danakil
Durante siglos, el pueblo Afar ha extraído ricos depósitos de sal que quedaron de las inundaciones del Mar Rojo en la región, hace unos 30.000 años. (Foto: National Geographic)
Una caravana de sal en la depresión de Danakil, al norte de Etiopía. Eric Lafforgue agefotostock
Esta tierra inhóspita ha servido de hogar al pueblo Afar durante al menos dos mil años. Los hombres Afar eran bien conocidos por su ferocidad y su xenofobia hasta 1930. Hasta ese año, era costumbre el cortarles los testículos a los intrusos varones.
Viajamos a la depresión del Danakil o de Afar, una extensa franja de terreno, casi tan grande como Andalucía, localizada a caballo entre Etiopía, Eritrea y Yibuti. La depresión del Danakil se origina en el valle del Rift y está situada justo encima de los bordes de las placas tectónicas arábica y africana, lo cual hace que la zona tenga una enorme actividad sísmica y volcánica y esté, por ello, sometida a constantes y tremendas fuerzas telúricas que tienden a partir en dos el continente africano. Una zona de remotos espacios abiertos, disputas tribales y leyendas. Una Etiopía genuina y primaria.
Además, la depresión del Danakil es uno de los lugares más extremos y hostiles de la tierra. Un despiadado desierto de lava y sal en el que puede verse, por ejemplo, uno de los pocos lagos de lava hirviente que existen en el planeta; o contemplarse burbujeantes y multicolores lagunas sulfurosas; o planicies salinas de blancuras deslumbrantes. En este inhóspito territorio se ha registrado la temperatura ambiental más alta del mundo (más de 60 grados). Además, estos parajes se encuentran en el punto más bajo del continente africano (160 metros por debajo del nivel del mar). Fue aquí donde también se descubrió, en 1974, el primer antepasado de nuestra especie, el esqueleto fosilizado de Lucy, la primitiva abuela de toda la especie humana. Toda esta enorme riqueza y multiplicidad de experiencias se pueden ver y vivir a lo largo de un viaje-expedición de cuatro días iniciado en Mekele, la capital de la provincia de Tigray, la más pobre de Etiopía, antesala del desierto más implacable que existe.
Camino al volcán
Durante el primer día seguimos una estupenda carretera asfaltada que comunica el norte de Etiopía con Yibuti y que nos conducirá al lago Afrera. La densidad salina de este lago es parecida a la del mar Muerto. La existencia en la zona de unas imponentes salinas y la proximidad de la frontera han creado, en medio de una calcinada planicie, un inconcebible poblado lleno de hileras de barracones de madera y zinc, filas de tráileres, escombreras, montañas de neumáticos, calles polvorientas, cabras mordisqueando cualquier resto orgánico, aire abrasador y una peculiar fauna humana formada por buscavidas, contrabandistas, gentes de paso, comercios arrabaleros, prostitución…
Laguna sulfurosa en la depresión de Danakil (Etiopía). Gerth Roland Agefotostock
Dormimos en camastros al aire libre bajo un impresionante cielo estrellado, y a media mañana del segundo día nos dirigimos a Dodóm, el campamento base del volcán Erta-Ale. Tardamos casi siete horas en cubrir los 70 kilómetros que nos separan de uno de nuestros principales objetivos del viaje. Cuando llegamos a Dodóm está empezando a anochecer. Tenemos el tiempo justo para preparar una pequeña mochila y colocarnos el frontal luminoso antes de salir camino de la cumbre del volcán, que con sus 615 metros es el punto más alto de toda la depresión del Danakil.
Resplandor anaranjado
Son ocho kilómetros y medio de suave y oscura ascensión que nos llevará cubrir algo más de tres horas. A lo largo del trekking nocturno vemos cómo el cielo se va haciendo más y más imponente, al tiempo que cada vez se agranda y define más el lejano resplandor anaranjado de la caldera.
https://chrismielost.blogspot.com/2017/01/pueblos-del-mundo-los-afar-trabajadores_11.htmlEl cráter del volcán Erta-Ale Rafael Pola
La primera visión del Erta-Ale se tiene nada más alcanzar el borde del gran cráter de la montaña (Erta-Ale quiere decir montaña humeante). En su interior, 300 metros más abajo, asciende el rojo aliento del lago de lava. Cuando después de descender 200 metros a través de las coladas secas de las últimas mareas eruptivas del volcán llegamos al brocal del inmenso pozo humeante , borbotones amarillos y cegadores blancos, experimenta una sensación mezcla de incredulidad uno contempla aquel burbujeante y desconcertante espectáculo de ascuas incandescentes y asombro. A escasos 10 metros de donde nosotros estamos, la tierra se cocina a sí misma en un lento y denso chop chop, dentro de una gigantesca marmita de más de 100 metros de diámetro. Del Erta-Ale se desciende con las primeras luces del amanecer entre las caprichosas y tortuosas formas de los vastos campos de lava. La noche pasada apenas hemos dormido un par de horas. Abandonamos Dodóm hacia las diez de la mañana para pasar prácticamente todo el día en el Toyota que nos conduce a la zona del Dallol.
Cargamento de sal en Etiopía. Rafael Pola
El cuarto día de nuestra estancia en la depresión Afar lo pasamos visitando el volcán y el desierto del Dallol. La extensa área del Dallol es un fabuloso museo al aire libre en el que contemplamos el más amplio e inconcebible catálogo de desiertos de sal y el más variado repertorio de fenómenos termovolcánicos.
Nada más iniciar nuestro periplo matinal nos topamos, en un espectacular contraluz de amanecida, con una inacabable columna de dromedarios dirigiéndose hacia las minas de sal del desierto. No conseguimos divisar ni el principio ni el final de la caravana. ¿Quinientos, mil dromedarios? Los animales y sus dueños hacen un viaje de más de una semana de duración hasta llegar a las salinas. Allí, hombres y bestias pasarán dos o tres días hasta conseguir el preciado botín de sal, para retornar después a Tigray, realizando un nuevo desplazamiento de siete días. Probablemente sea esta la última caravana de dromedarios con utilidad real del mundo.
En el Dagoll la cristalización pétrea de la sal y la actividad térmica y volcánica de la zona han creado un casi infinito mar de fosilizados barros salinosos del que surgen enormes formaciones que alcanzan los 20 o 25 metros. En el Dagoll la sal se presenta de increíbles maneras, rodeando lagunas de aguas gelatinosas que dejan escapar gases burbujeantes y que siembran el terreno de pozos y oquedades de salmuera efervescente; o dando lugar a inmensas extensiones de superficies blanquísimas que exudan una fina película de agua y crean la ilusión de un acuoso pavimento marmóreo, casi níveo.
Para los afar, la dura etnia dominante en los territorios implacables del Danakil, nosotros somos simplemente forangi (extranjeros). Para mí, ellos siempre serán esa asombrosa gente capaz de sobrevivir en el mundo más bello y hostil que pueda imaginarse.
Lagos salados blancos como el hielo, volcanes con espectaculares erupciones y coladas de lava negra, lagos y géiseres que pintan la superficie de los colores más variados … esto es el Danakil, un lugar donde las temperaturas llegan hasta los 50º. Las únicas personas capaces de vivir aquí son los pastores Afar que comercian con la sal que extraen de la llanura.
Todo un reto de experiencia personal y fotográfica.
Otra zona con extracción y comercio de sal.
El Sod, la casa de la sal
Yabelo se encuentra al sureste del país, en la carretera que lleva a la frontera con Kenia. Es el centro de la cultura Borana. En esta zona el agua es un bien muy escaso y los Borana perforan pozos en la tierra a los que bajan formando cadenas humanas con las que extraen el agua. Cuando realizan esta tarea, cantan y forman los llamados “pozos cantores”.
Cerca se encuentra el cráter de un antiguo volcán El Sod, que alberga un pequeño lago de aguas negras donde los Borana descienden para recoger su sal
Cerca de Yabello, la localidad principal de la región de los Borena, un pueblo seminómada y musulmán en su mayoría, se ubica uno de los lugares más espectaculares que he visto nunca. Espectacular y duro. Es el Sod, la casa de la sal, en el sur de Etiopía.
Enorme en perímetro. Muy vertical en sus pendientes. Con un lago de color oscuro casi negro en el fondo. Una visión singular.
El lago, efectivamente, es «la casa de la sal» (todo su perímetro, como podéis observar, está compuesto de una capa de sal gris).
Allí abajo, con un calor infernal, se afanan las buenas gentes por sacar la sal de las profundidades del lago. Equipados sólo con trapos para taparse los agujeros de la nariz y las orejas, porque la sal es muy corrosiva…
Y seguramente porque no son aguas «puras» sino que están compuestas de otros elementos que le dan ese color negro.
Nadan hasta el fondo de esta guisa y salen cargados de una sal muy impura (de color gris oscuro), que por lo visto se utiliza para dar de comer a los animales. Por un mísero sueldo.
Los burritos suben la sal. El borde del cráter y su contenido no se advierten hasta que te asomas.
Todo esto me lo contaron, pero no lo vi de cerca. Ante la propuesta de bajar y subir andando a aquel «infierno», dado que estaba bastante resfriada y que me encontraba un poco floja, decidí quedarme y dar una vuelta por el pueblo. Me acobardé, en otras palabras. Otros sí bajaron, y me lo contaron.
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