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Didi

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Didi

Monstruo fabuloso que supuestamente habita en los bosques y selvas de Venezuela y Las Guayanas. Según las leyendas venezolanas, los didis tenían una estatura inferior a los 150 centímetros, y un aspecto muy parecido al de los monos. El explorador alemán Alexander Von Humboldt escuchó, en el siglo XVIII, diversos relatos acerca de ellos en sus expediciones por el Orinoco.

La leyenda de las Guayanas

Olvidadas por la cultura popular, las Guayanas (Guyana, Guayana Francesa y Surinam) son tres pequeños países ubicados en la costa nororiental de América del Sur, al oriente de Venezuela y al norte de Brasil.

Con una población muy pequeña (de apenas 800.000 en el caso de Guyana, el más poblado, y poco más de 250.000 para la Guayana Francesa) y en la frontera entre los llanos, el Amazonas y el Atlántico, los tres países componen una región llena de selvas perdidas, grandes ríos nunca navegados y, ante todo, criaturas misteriosas que rondan lugares desconocidos.

Una de las más conocidas es el llamado “Hombre simio” de Guyana, conocido como Didi por los nativos de la región. Pero más allá de sus semejanzas con otros humanoides, Didi tiene algo que lo diferencia de todos sus homínidos homólogos: tiene unas poderosas garras que lo convierten en una bestia realmente peligrosa.

La leyenda de Didi

Los antepasados de los seres humanos se originaron y desarrollaron en África, y se esparcieron relativamente pronto por el viejo continente. Es por esta razón que leyendas como Almas o Agogve suelen tener tanta fuerza, mientras que otras como Pie Grande suelen ser vistas con mayor escepticismo.

¿Un perezoso gigante?

Por esta razón es problemático pensar que Didi es un pariente cercano de los seres humanos. Pero resulta que las características de dicha criatura no coinciden sólo con las de un ser humano, sino con las de los perezosos gigantes que habitaban las regiones de América cuando llegaron los primeros humanos.

Algunas teorías, entonces, le apuntan a caracterizar esta criatura como un perezoso gigante. Varias cosas coinciden, sus hábitos selváticos, sus garras gigantes, su dieta omnívora y la tendencia a agredir a quien se acerque demasiado.

¿O un antiguo pariente de los seres humanos?

Pero no todos están convencidos de la teoría del perezoso gigante. Un jefe local llamado Damon Corrie realizó la década pasada algunas pequeñas excavaciones que lo llevaron a encontrar objetos que se presentaron como armas y escudos… solo que de un tamaño más que exagerado para cualquier ser humano. Los perezosos no hacen armaduras, por lo que la solución más obvia es que fueron hechas por un homínido.

Un reporte de los 1950’s narraba un encuentro entre un cazador y un gigantesco Didi que dormía en lo que parecía ser una hamaca hecha con elementos increíblemente sencillos. El hombre pasó a su lado haciendo lo imposible por no despertarlo y una vez se encontró a una distancia considerable huyó desesperadamente. Logró llegar a casa a salvo, pero la cosa no terminó allí.

El hombre pronto cayó gravemente enfermo. La tradición decía que se debía a la poderosa magia de Didi, pero de acuerdo con los médicos que lo visitaron era más que todo, una reacción al estado de shock. Afortunadamente el hombre se recuperó.

La expedición de 2007

En el año 2007 una organización conocida como UK Center of Fortean Zoology realizó una expedición importante con miras a encontrar evidencias de la existencia del llamado Didi. La expedición fue incapaz de encontrar un individuo, pero sí recolectó pruebas de quienes dicen haberse encontrado con él.

Algunos residentes de la villa de Taushida, por ejemplo, le contaron que hacia el año 2003 había ocurrido un evento en el que una de estas criaturas habría secuestrado a una pequeña. El único testigo del suceso fue su hermano, que vio aterrorizado como un monstruo peludo salió de la densa selva, agarró a la pequeña con sus garras y volvió a internarse entre los árboles. Pese a los esfuerzos de las personas de la villa, la pequeña jamás apareció.

Pero lo más interesante es que en esta misma región se habla de la “gente del monte”, un grupo humano que mide alrededor de metro y medio y suele evitar a toda costa a los nativos: los caracteriza un rostro rojo. Dichas personas desaparecieron a partir de los 1980’s, cuando muchas de las selvas que habitaban se convirtieron en sabanas.

De existir, es probable que el Didi pronto sufra un destino semejante.

En 1553 el conquistador español Cieza de León cita el mito de las “maribundas” o “marimondas”, criaturas de la selva muy temidas por los nativos de Nueva Granada. También es citada esta leyenda por el marqués de Wavrin respecto a los nativos del Guaviare. De todos modos tal criatura ha sido plenamente identificada con el mono araña (Atheles belzebuth).

Otra leyenda es la del di-di o Didi, criatura de aspecto antropoide descripta por las tribus de Venezuela, Guyana y la frontera brasileña con ambas naciones. Una de las primeras citas sobre esta criatura la hizo el naturalista Edward Bancroft en 1769. Seres similares fueron descriptos por el explorador británico Charles Barrington Brown en su visita a la Guayana Británica en 1876. Una expedición a la Guayana británica realizada en 1931 por Nello Beccari, Renzo Giglioli e Ignesty Ugo para encontrar rastros del Mono Grande de Loys, obtuvo el relato de un magistrado británico de apellido Haines quien dijo haber visto dos grandes seres bípedos cubiertos con pelo marrón rojizo en 1910 en un bosque a orillas del río Konawaruk (afluente del Esequibo). Beccari recogió varios testimonios sobre estas criaturas.

No obstante nada de esto parece tener relación con la criatura que dijo haber matado el geólogo suizo François de Loys en 1918 en el estado venezolano de Zulia, cerca del poblado de El Cubo, a orillas del río Tarra, cerca de la frontera colombiana. Cuenta el geólogo que realizaba el trazado del plano geológico de la región, contratado por la Royal Dutsch Shell, cuando su equipo fue atacado por enormes simios bípedos de metro y medio de estatura. Al abrir fuego huyeron pero uno fue abatido. Lo describió como un ser de 1, 57 metros, 37 dientes y sin cola. Le tomó una fotografía  y luego lo hizo desollar. No obstante debió abandonar la piel y el cráneo del animal, junto con gran parte del equipaje, durante el difícil viaje de regreso.

La cosa pudo no haber pasado a mayores de no aparecer en escena el infame médico suizo George Montandon. El autor de la teoría hologenésica, dogma del nazismo, conoció a de Loys en 1928. Ya en marzo de 1929 Montandon anuncia por carta a la Academia de Ciencias de París el descubrimiento de la nueva especie de antropoide, el Ameranthropoides loysi, al que consideraba el ancestro de la “raza roja” americana.

La reacción no se hizo esperar. Los antropólogos franceses e ingleses tacharon al descubrimiento de fraude y la polémica se extendió hasta la muerte de Loys en 1935. A partir de entonces comenzó a declinar y el asunto fue olvidado. A pesar de todo aún se escribe sobre el Mono Grande de de Loys, ignorándose quizá que el médico venezolano Marcelo Tejera denunció por carta, fechada en julio de 1962, al periódico venezolano El Universal que el asunto de de Loys era una broma. La denuncia fué realizada con motivo de haber asistido en 1919 a una conferencia de Montandon en París sobre el descubrimiento de un antropoide en Venezuela. Cita con detalles cómo fué testigo del momento en que el geólogo suizo fotografiaba un ateles muerto en el campo de Mene Grande en 1917. Según Tejera, que trabajó como médico junto a de Loys en un campo de exploración petrolera en Perijá, el mono era una mascota del geólogo a la que se le había amputado la cola y era llamada “hombre mono” por esa razón. De paso identificó al presunto antropoide con un mono araña hembra, riéndose del hecho de que tanto de Loys como Montandon confundieron el gran clítoris de la criatura con un pene.

Tejera aporta del dato, desconocido por los investigadores del caso, de la conferencia de 1919. La versión oficial es que Montandon publicó la descripción de la supuesta nueva especie en 1929, y que de Loys escribió sobre su descubrimiento ese mismo año. Al parecer dejaron pasar diez años para que se olvidara el incidente de los cuestionamientos de Tejera en la conferencia de 1919.

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